domingo, 28 de diciembre de 2014

Las promesas de Año Nuevo son la mayor inocentada

Eh, tú, para.


No.


No hace gracia.


Ya, ya sé que no he hecho nada para enfadarte.


No, no estás embarazada.


Ni tu novia.


Nunca te has enamorado de mí.


No vas a casarte. Ya.


Ni lo quieres hacer conmigo.


Sí, el cubo de agua en la puerta, súper original.


Venga, cambia el azúcar con la sal. Por qué no.


¿Algo más?


Cualquiera de estas es una tontá de inocentada si lo comparamos con el precio de la matrícula de tu universidad, las vacaciones para las amas de casa que prometía Manuel Chaves, los 1200 centros bilingües que se prometían en la campaña electoral andaluza de 2008, el fomento del empleo juvenil con "cada euro recuperado de los fraudes". Ajam. Sí. Ya. Claro


¿Algo más?


Pero y qué hacemos con las promesas que nos hacemos a nosotros mismos.

Y a la humanidad.

Me apunto al gym el mismo día uno.

Y voy a dejar de fumar aunque no haya fumado en mi vida

Y me voy a apuntar a inglés.

Y a chino.

Y a alemán,

Y voy a hacer 2432525 cursos de cocina.

Qué tiemblen Arguiñano, Chicote y Robin Food.

Y voy a ir de mochilero a la Patagonia.

No.

Voy a ir de mochilero por todo el mundo.

Este año no me para nadie.

Y que le den al trabajo, me dedicaré a lo que me guste.

Exclusivamente.




Lástima que las promesas de Año Nuevo sean las mayores inocentadas de la historia


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